sábado, febrero 18, 2006

RANCIO...


Miro detenidamente cada una de las manchas del piso, intentando recordar cuando fue la primera vez que las vi –ayer-, me responde la memoria, pero estoy segura que han estado desde días antes.
Me miro la piel de las manos, de las piernas, del abdomen en busca de manchas; pero ésta parece tener la uniforme claridad que ha tenido siempre.
Un suave sonido resuena en mi cabeza una y otra vez; mis ojos perciben imágenes confusas del pasado. Sensaciones van y vienen, sensaciones conocidas pero que no logro descubrir su origen exacto.
Un dulce murmullo (como de agua cayendo) sale de mis ojos acompañado de saladas lagrimas; les reprocho lo débiles y cobardes que son al ir resbalando por mis mejillas huyendo de lo que siento. Pero luego noto en ellas un apenas perceptible olor similar al de las cosas que han sido guardadas durante largo tiempo (-olor a humedad- escucho a mi madre decir dentro de mi cabeza) y comprendo que las lágrimas simplemente han logrado salir de su letargo. Inmediatamente formulo la pregunta sobre el tiempo que han permanecido aguardando su salida, pero esta vez mi memoria permanece callada.

-Lagrimas rancias- lo pronuncio en voz alta como si acabara de hacer un gran descubrimiento y entonces pienso que quizá estas sensaciones vienen de más atrás de lo que puedo recordar, tal vez de muchas generaciones atrás, y quizá por eso no reconozco su origen.
Sólo de algo estoy segura: estas sensaciones están llenas de soledad. Una soledad igual de rancia que las lágrimas que derramo por ella. Trato de imaginar la soledad llena de moho y polvo, con un olor que contrasta con el de mi piel (tan suave y perfumada) mientras voy cayendo en la cuenta de que esa es la soledad que me ha acompañado toda la vida.
Acaricio con las yemas de los dedos todo mi cuerpo buscando la aspereza, pero la soledad aún no lo ha tocado y sólo me encuentro con su delicada suavidad.
Suspiro aliviada y así recostada sobre mi brazo izquierdo vuelvo a fijar la mirada en esa ventana que me muestra día y noche la misma barda; fijo los ojos en un punto muerto y me abandono a esta soledad que tiene tintes de nostalgia, de dolor, de paz, de frialdad. Y entonces sueño despierta con lugares que me hacen sentir lo rancia que es mi vida, la pobreza de mi alma y es cuando descubro las manchas que siempre busqué equivocadamente en mi cuerpo, porque están en mi alrededor. Siento las náuseas que provoca el olor a podrido que todo despide y comprendo porque prefiero esta soledad húmeda como una tumba en tiempos de lluvia.

Esta soledad rancia pero suave al tacto y menos dolorosa que la realidad…

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